La Cenicienta

Érase una vez una bella princesa que montada en su carroza había salido a pasear. En un instante y quizás obnubilada por el fresco airecillo que llegaba a sus exquisitas fosas nasales, se decidió a abandonar su carruaje para poder oler más de cerca las flores que poblaban el camino. Bajóse del mismo con la gracia y elegancia que caracterizaba a tan divina criatura, y se acercó cual linda mariposa hacia un breve matojo de exquisitas margaritas. Más hayándose enfrascada en su deliciosa tarea no osó percibir que introducía uno de sus delicados piececitos en un pequeño lodazal. La pobre gritó pidiendo auxilio, mas su leal cochero no la oyó pues quizás debido a un encantamiento, habiase quedado dormido. De repente, todo se sumió en las tinieblas y a riesgo de quedarse atrapada por siempre en el barro, la beldad en un alarde de inteligencia sin par decidió y logró no sin esfuerzo extraer su agraciado piececito del zapato. No le quedó más remedio que abandonarlo allí pues las arenas se habían tragado para la eternidad su primoroso escarpín.

Y aprovechando que la Olguis está de viaje ahora mismo hacia Canadá y no va a regresar hasta dentro de dos semanas (y pico) contaré la verdadera historia. De camino en el coche a la rusa, cómo no, le entraron ganas de hacer pipí (ya comenté en el blog de Osukaru que eso no es culpa suya, sino debida a cierta relación extraña entre pertenecer a un país con gran relación con el comunismo y necesitar ir al baño algunas veces más que la media --- a los chinos también les pasa--- ;P)
Bien, pues estaba oscuro, ella no llevaba muy bien abrochado el zapato, había barro... Y el resto ya lo conocéis del cuentecito de arriba...

Lo cierto es que con amigas así, cada vez me siento menos patosa y eso que creía que lo mío era incurable...

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